Los pueblos

Autor: Carlos Ruiz Villasuso
Artículo de Carlos Ruiz Villasuso
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En el año 2015, España celebró 358 festejos en plazas de tercera categoría de enero a agosto. En lo que llevamos contabilizado de 2016, se celebraron 211. Y este año la reducción de la tauromaquia a pie en el ámbito de las poblaciones pequeñas, será aún mayor.
Allí donde no había encierros o festejos populares al lado de la corrida, el festejo desapareció. Aquí puede estar la alarma y la clave de la deriva del toreo. En el toreo a pie de los pueblos, el de las plazas de los pueblos y ciudades pequeñas, derribadas para hacer esos monstruos inservibles lejos de las gentes, en los polígonos del pelotazo político/económico. Lugares globalizados de cemento gris tan inservibles como los aeropuertos megalómanos o las piscinas cubiertas olímpicas en pueblos de cien habitantes que no saben nadar. Una globalización estratégica que sufre todo lo relativo a lo rural. Porque no estamos ante un sufrimiento exclusivo del toreo.

Asistimos al final de una estrategia de desertización poblacional, de la actividad natural, de la biodiversidad y pluralidad cultural que había en el campo y en los pueblos. Una estrategia dirigida a la rentabilidad económica que trata de reunificar e industrializar la producción del 80% de nuestro territorio (zona rural de España) desnaturalizando y desertizando a su población. ¿Cómo? En una primera etapa eliminando servicios y derechos como hospitales, escuelas, asistencias a partos en nacimientos, centros de compra y venta de recursos esenciales, medicinas… dejando a las ciudades como lugares exclusivos para el uso de estos recursos básicos. Una forma brutal de exigir el éxodo hacia la ciudad.

Ahora, exigiendo medidas administrativas, sanitarias, productivas, que los habitantes de lo rural no podrán cumplir. Legislando contra las prácticas naturales que han trasladado los espacios ecológicos hasta la actualidad, como caza y pesca en todas sus modalidades, producción rural del cerdo y la tradicional matanza, actividades esenciales para el desarrollo de rapaces como la cetrería, encierros, festejos populares con el toro en las calles o en los campos. Dos medidas que han globalizado en el sentido más urbanita del término, a los españoles, privándoles de su pluralidad y negando al país su biodiversidad, pues no existe biodiversidad sin pluralismo cultural.

Insisto: no estamos ante un problema de toros sino ante un un problema de todos , que ha derivado en un conflicto humano, social y político. Pero la diversidad cultural, desde los castillos humanos catalanes hasta el Toro de la Vega, no es la causa de los conflictos. Son los intentos por suprimirlos del mapa de la pluralidad lo que crea el problema. Y lo crea porque estamos asistiendo a la exaltación moral, legal y normativa de “lo propio” como lo “único bueno”, como lo verdadero. Los enfrentamientos sociales no se producen por un toro en la calle, o por una corrida, o por el disparo a una liebre, o por la producción de un cántaro de leche a la forma tradicional. Se producen cuando alguien decide rechazarlos y suprimirlos a toda costa en base a una cultura única superior, una moral superior única.

Hay un interés en crear este conflicto de forma estratégica y estructurada, aportando de inmediato la solución: nuestro aplastamiento.

Y para evitarlo no podemos combatir solos. La Tauromaquia de la ciudad no tiene masa social. Hemos vaciado el sol. Derivar el toreo a la ciudad y limitar su potencial a las grandes ferias, ha sido nuestro mayor error. Porque en la ciudad la globalización de éticas, morales, acciones, usos y costumbres, no da prioridad al toreo en cada individuo. No luchará por él. En la ciudad el animalismo y el mascotismo han ganado la batalla hace años. En el pueblo, en lo rural, sí habrá lucha. No por afición sino por apego cultural, tradicional, por seña de identidad, por necesidad vital, por ecologismo, por naturalidad. Eso es cultura. No lo hemos entendido así. Llevamos décadas creyendo que un cuadro de Picasso o uno de Barceló es nuestra única aportación cultural. El 50% por ciento de los españoles no saben quién fue Picasso, al 80% de los jóvenes les da igual y Barceló no puede competir con el ron que lleva su sombre. Pero insistimos en este elitismo urbanita, en este concepto de cultura para minorías, argumento exclusivista que ha dañado a la Tauromaquia al privarla de argumentos de cultura popular, rural, de campo.

En mi opinión, el toreo a pie de la ciudad no puede salvar a la Tauromaquia por si sola, dudo de que pueda siquiera liderarla. Siempre deriva a ese elitismo argumental tan alejado de la realidad y del problema, lo que le hace ser la primera piedra en el camino hacia su pelea. Ese elitismo no sirve de nexo de unión para con sus aliados naturales en este conflicto, las gentes de campo, de lo rural, las de la caza, la pesca… los pequeños ganaderos, productores de cárnico o lácteos, de Galicia o de Cataluña, de Castilla León o de Andalucía. Un ejército activo de millones de españoles dispuestos a abrir un frente común.

La Tauromaquia en las ciudades está maniatada y gestionada al albur de una política contraria a su propia esencia. Sólo así se comprende por ejemplo, que Las Ventas jamás haya podido ser el centro geoestratégico de la misma. Centro de divulgación ecológica, económica, cultural, moderna, activa, mediática. En las ciudades el bienestarismo animal, el animalismo y el mercado de las mascotas tienen una pegada social tan rutinaria ya, que forma parte de su forma de vida. Lo rural ha de ir en rescate de lo urbanita. Lo rural en conjunto: tauromaquia, caza, pesca, agricultores, apicultores, avicultores, pequeños granjeros, miles de pequeños productores de leche y carne… millones de españoles que se enfrentan al mismo problema que nosotros. Su desaparición por parte del mismo enemigo.

Existe desde hace décadas una estrategia real, cuya finalidad es la concentración en la urbe para lograr un mercado más reunido, numeroso y global. Concentración que significa el fin de lo diverso, la sustitución plural de las relaciones entre hombres, animales, medio ambiente y recursos, por una única relación de mercado. Bajo un mismo paraguas, todos juntos, formamos un ejército social capaz de reclamar un cambio sustancial, un respeto, libertad. En ese paraguas estaremos cubiertos. Siendo lo que somos. Uno más dentro de la biodiversidad de este país. Hay ahí fuera un ejército que se mueve. Dejemos nuestra pose intectualoide. Nuestra elitista visión de seres superiores ante lo agro. Ellos son la masa social que no tenemos. Hablemos su lenguaje. Regresemos al olor de la tierra, de la pólvora, del río. Volvamos a nuestra cultura común. Dejemos a Picasso y a su grandeza para los museos y para la historia. Nuestro cuadro es la piel de toro llamada España.



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